Puede parecer una pregunta trampa o retórica, pero verás que esta entrada no responde con ciertos tópicos que algunos tratan de instalarnos en la cabeza idolatrando al ser y demonizando al hacer.
La cuestión es más rica vista desde la educación sensible.
Mucho se ha escrito sobre la pedagogía del ser, pero no siempre coincide con los principios de la educación sensible.
La educación sensible es pedagogía del ser-con, más que del ser a secas, y eso nos lleva a que a veces el hacer sea más relevante que el mero ser.
Primero quiero dejar claro que la tendencia a hacer para construir una imagen ficticia con la que ser apreciado, aceptado o no rechazado, es una forma de vida lejana a lo buscado por la educación sensible.
El hacer que aleja del ser original
Cuando una persona deja de identificarse con su ser original y liga su identidad con lo que hace, por muy bueno que sea (ayudar a personas en situación de vulnerabilidad, dirigir una organización, asesorar a otros, cuidar el medioambiente, ser el mejor en algo; lo que sea), esa identidad que interpreta ya no es la auténtica, sino una apariencia que considera deseable para los demás, la que considera que hará que los demás le quieran o la que hace que uno se quiera a sí mismo o simplemente se sienta en paz, porque «hago el bien», identificándolo con «soy bueno».
Esta manera de pensar tiene la otra cara que dice: «hace las cosas mal», es malo». Y así las cosas, quien se considera que hace las cosas bien, es fácil que se considere con cierta supremacía moral ante quien hace las cosas mal.
Desde la educación sensible no se valora a las personas por lo que hacen, sino por lo que son en su origen. Esto es plenamente compatible a la evaluación de lo que se hace pero no para ser apreciado, sino como correspondencia al aprecio original.
La persona en su tratar de identificarse con lo que hace, se considera que vale lo que valen sus logros, sin caer en la cuenta del valor inconmensurable de su ser-con el origen.
Dicho esto, se puede afirmar que lo que hacemos puede ser mucho más manifestativo y representativo de nuestro ser-con el origen que cualquier otra cosa que se pueda pensar, sentir o creer que uno es.
El hacer sensible a la propia originalidad
El ser se manifiesta en el hacer; y para desplegar lo que somos nos conviene hacer, pero no cualquier hacer, sino el hacer sensible.
El hacer sensible expresa la versión original de uno mismo como correspondencia al amor que nos ha originado; no es un hacer por necesidad de amor. El hacer sensible es una respuesta.
Pongamos por caso que una mujer estaba casado con un hombre que le trató mal, le manipuló, logró que sus amigos comunes le dieran la espalda y encima, cuando se separaron, se quedó con lo que le correspondía a ella, además de difamarla con todo tipo de calumnias.
Es comprensible que esta mujer sienta aversión a encontrarse con ese hombre, pero se entera que tiene un cáncer y se planta en su habitación del hospital y le lleva los pastelitos que sabe que le gustan.
Todavía no le cae bien, todavía está la herida, pero lo que está haciendo está trascendiendo su propio ser; no está obrando movida por lo que su razón o sentimientos le dicen que es o debe ser, sino por su ser abierto al origen.
Eso que hace esta mujer está cambiando su ser mental, lo está evolucionando, está cicatrizando las heridas interiores y está manifestando su ser más original. Pero no es más que un ejemplo, pon tú el que quieras.
Si lo hace por culpabilidad, dependencia emocional, tal vez seguiría atrapada en un ser inmaduro, pero si lo hace desde la libertad y el amor maduro es un acto que manifiesta su calidad humana.
Tendría motivos para no aparecer por ahí, para no hacer nada y estaría bien, pero desde su sensibilidad apertural, esa mujer es capaz de hacer algo de corazón que la razón no entiende.
Lo que hacemos desde una educación sensible puede ser de mayor importancia para nuestro ser en el origen, que lo que creemos que somos desde la propia razón o los sentimientos.
El hacer sensible a la propia originalidad puede expresar nuestro auténtico ser, aunque no exprese nada de lo que nosotros consideramos que somos desde la mente.
La pedagogía del ser no puede ser una abstracción y por eso, de una manera concreta y visible, siempre es una pedagogía del ser-con.
La educación sensible dispone a las personas a captar su ser original como coexistente con el origen, el cosmos y las demás personas, y las invita a ser valientes y conformarse sólo con su ser original, cultivando un mundo de «nosotros-maduros» a partir de acciones diarias que manifiestan.
No el ser relativo a la mente sino el ser original que uno desde el origen capta con su sensibilidad personal, a la vez que capta el impacto del entorno que condiciona el ser.
El hacer sensible manifiesta a la persona creadora de amor original, creadora de belleza en el mundo.
Este es el resultado de la educación sensible: personas y comunidades originales, todas diferentes unas de otras, que coexisten en el hacer sensible que nos hace ser originales e iguales a la vez, fraternos y libres conviviendo en paz y justicia sensible.
No es necesario hacer para ser, pero el ser se manifiesta en el hacer. Crear dicotomías pedagógicas entre el ser y el hacer no aporta nada y desde la educación sensible se busca que el hacer sea una manifestación auténtica del ser original.